miércoles, 2 de noviembre de 2011

Alergia a la democracia en la ¿UE?

Seamos serios, desde un punto de vista democrático el referéndum de Grecia no sólo es legítimo e irreprochable, sino que es lo más coherente y razonable que se ha oído en referencia a este tema desde que estalló el escandalo de las cifras falseadas del gobierno griego que se supone es el origen de todos los males de la economía europea. Y ya sé que no es políticamente correcto decirlo, pero no lo es.
Hay dos consideraciones pertinentes, la primera es que resulta evidente para todo aquel que tenga un mínimo de espíritu democrático que el pueblo griego, que no es el responsable de la crisis, dicho sea de paso, tiene perfecto derecho a decidir sobre un asunto no ya relevante, sino fundamental para su futuro. Los líderes europeos que tanto critican esta decisión deberían plantearse por qué la temen tanto. Si su propuesta de ayuda es tan buena como dicen, ¿porqué habrían de rechazarla? Parece que por un momento descienden de esa nube de irrealidad desde la que toman sus decisiones y se dan cuenta de que los griegos, como cualquiera, ante la disyuntiva de no llegar a fin de mes en euros o no llegar a fin de mes en dracmas bien podrían decidir no elegir y explorar otros caminos, como por ejemplo hacer algo para llegar a fin de mes. Si la ayuda sale tan cara o más como el castigo, que probablemente habría sido merecido en su momento, no lo niego, entonces es legítimo plantearse si aceptar esa ayuda o no.
La segunda consideración es sobre el funcionamiento de Europa, de la Unión Europea. Si algo hay que agradecerle a esta crisis es el habernos puesto de relieve a quienes durante un cierto tiempo hemos vivido el espejismo de una Unión Europea que fuera más allá de un mercado común: la Unión Europea como tal, como unidad política, no existe y como suma de Estados, tampoco, porque ni hay unidad de acción, ni de criterio ni más interés común que el que cada líder nacional tiene por ganar las siguientes elecciones en su país. Si las decisiones claves para los países que conforman este fallido proyecto europeo deben supeditarse a las elecciones municipales en Alemania o a los índices de popularidad del presidente francés, si sólo nos sirve la unión para que los países más fuertes impongan a los que lo son menos políticas que no sólo no facilitan su crecimiento y su salida de la crisis sino que claramente suponen palos en las ruedas de éstos, tal vez deberíamos aprovechar la idea del presidente griego para que, a nivel europeo, todos los ciudadanos pudiésemos decirles una o dos cosas a esos mediocres líderes políticos que nos gobiernan. Porque en eso parece ser en lo único que ha funcionado la unidad, en la epidemia de mediocridad y mezquindad que ha contagiado a la clase dirigente de los países de la UE (que a partir de este momento debiera denominarse Unión de Palmeros de Merkel y Sarkozy). Aunque, claro, no es culpa suya, sino de los millones de ciudadanos que los hemos elegido y para eso sirve esa democracia a la que de repente parecen unánimemente sentir tanta alergia, para cambiarlos cuando nos fallan. Y nos han fallado clamorosamente.

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