martes, 4 de mayo de 2010

La mala puntería del tijeretazo

Admite la Vicepresidenta Salgado que el recorte de altos cargos tiene más valor simbólico que económico, por lo que, en buena lógica, procede analizar qué es lo que simboliza este anunciado plan (además del evidente hecho de anunciarlo, un fin en sí mismo). Es evidente que este recorte no supone un gran esfuerzo de austeridad, no se enmarca dentro de una gran actuación de cinturones prietos y esfuerzos hercúleos, por lo que cabe suponer que los cargos suprimidos son considerados por el gobierno superfluos, por decirlo de una manera suave. ¿Y que cargos son esos? Pues bastantes, muchos de ellos de existencia desconocida para el común de los mortales, todos excepto uno cuya presencia en la lista es clamorosa: el gobierno, con el beneplácito del Ministerio de Derechos de Autor, antes Cultura, ha decidido eliminar nada más y nada menos que la Dirección de la Biblioteca Nacional. ¿Valor simbólico decía la Vicepresidenta? Efectivamente, la supresión de este cargo simboliza la falta de consideración que este Gobierno, que presume de sus políticas sociales, siente por la política cultural y no hace sino abundar en la senda que se inicia con el nombramiento de una ministra del ramo cuya preocupación no es la cultura ni el acceso de los ciudadanos a la misma, sino la industria y la gestión de los derechos de autor (de los que ella misma es beneficiaria y que son algo noble y deseable, pero que son algo privado para lo que ya existen sociedades privadas encargadas de hacerlo, cosa que hacen con bastante mala fortuna) antes que cualquier otro objetivo. No pretendo dar lecciones a nadie, pero la educación y la cultura son políticas sociales fundamentales, y un país que no las mima difícilmente puede considerarse no ya progresista, sino democrático. Y no se me ocurre una política más anticultural que convertir el Ministerio de Cultura en una pseudopatronal de las sociedades de gestión de derechos de autor, no se me ocurre nada más anticultural que descuidar el mayor patrimonio cultural, bibliográfico en este caso, que atesoramos marginándolo a un incomprensible segundo plano  (no ya de la política general del gobierno sino de la política cultural) anteponiendo a la excelencia en su gestión y al cuidado de su prestigio mezquinos criterios economicistas que además son falsos y de resultados irrelevantes.
No conozco en el sector público un cuerpo más ejemplar y menos reconocido que el de los bibliotecarios, tal vez sea por mi trabajo en la Universidad pero tanto por su dedicación como por los resultados de la misma considero que haría bien la sociedad en sentirse legítimamente orgullosa de quienes con tanta profesionalidad y entusiasmo gestionan uno de sus mayores patrimonios. Por la misma razón, la supresión de la que, simbólicamente, es su cabeza visible, es una innecesaria afrenta a la vez que la demostración del escaso compromiso del gobierno con la Cultura, que es lo mismo que decir con los ciudadanos.

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