Resulta
ciertamente llamativo el argumento que ha utilizado la presidenta de la Junta
de Andalucía para justificar el adelanto electoral, esa idea de que el gobierno
que la sustentaba se ha vuelto inestable por la posibilidad de que en un futuro
y siempre que se den determinadas condiciones (el no cumplimiento del acuerdo
que vincula a los dos partidos que conforman el gobierno) IU preguntase a sus
militantes si debían continuar formando parte del mismo. Es decir, que si un
partido político anuncia que en el caso de tomar una decisión que puede tomar
en cualquier momento si así lo desea la tomará mediante un referéndum, le
invalida como socio fiable. ¿Cómo va a fiarse la señora Díaz de quien que pretende
algo tan inaudito y, por lo que se ve, alejado de su filosofía política como
hacer uso de herramientas democráticas para tomar las decisiones relevantes que
les son propias como partido? ¿Por qué es aceptable una decisión tomada sin
previo aviso en un despacho o un restaurante pero es inconcebible esa misma
decisión si se toma como resultado de una consulta?
No se veía un
comportamiento tan arrogante desde que otro presidente, el de la Generalitat,
pretendió decidir primero qué partidos se podían presentar y cuales no a las
elecciones (so pena de no convocarlas) y después el nombre con el que debían
hacerlo y los integrantes de las listas de los demás partidos. Eso sí, la
señora Díaz adorna su discurso con maquillaje democrático: los intereses de los
ciudadanos, darle la voz al pueblo, etc. Ocurre que el pueblo, sea el andaluz,
el catalán o cualquier otro, no sólo tiene voz, también tiene oído y lo tiene
tan desarrollado que por lo general es capaz de distinguir aquellos sonidos que
suponen una tomadura de pelo de aquellos que no lo son. Tal vez sería
recomendable probar un mecanismo tan revolucionario como el del referéndum y hacer algo nuevo: ser sincero. Asumir que si es legítimo convocar
elecciones por un cálculo electoral (de agudeza incierta, dicho sea de paso) lo
es igualmente, incluso diría que es obligado, decirlo públicamente.
La política de
comunicación de la señora Díaz parece clara, hay que decir las cosas con
contundencia y rotundidad, hay que mostrarse solemne y preocupada por los
ciudadanos, hay que mirar de frente y tener un gesto firme al tiempo que
compasivo. Es una lástima que en esa estudiada forma de decir las cosas nadie
se haya molestado en incluir la premisa de que esas cosas que se digan sean la
verdad.
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