viernes, 5 de marzo de 2010

El milagro de Aznar

De entre los múltiples males que aquejan a nuestra sociedad no es el menor esa tendencia a reinventar el pasado en la que con tanta dedicación militan algunos opinadores, políticos o no, profesionales o no. Y claro, puestos a inventarse un pasado mejor crear uno feliz, que no se diga que nuestra imaginación es tan estéril, y sobre todo uno aleccionador frente a los indeseables vaivenes de un presente en el que la realidad tiene la mala costumbre de estar tan cercana que es más difícil de tergiversar. Cada cual lo hace a su manera, pero uno de los pasados imaginarios recurrentes en estos días es el de las infinitas bondades de España bajo el maná de la presidencia de José María Aznar, ese presidente cuyas cifras macroeconómicas refulgen más que el sol especialmente ahora que las presentes se hacen sombra hasta a si mismas. Pues bien, el presidente Aznar, que fue absolutamente nefasto en cualquier asunto no estrictamente económico en la línea de depauperación de los valores democráticos esperables de un Bush de todo a cien, lo único que demostró en economía es que fue capaz de remar a favor de corriente (algo que por cierto también supo hacer y con mejor resultado el presidente Zapatero en su primer mandato; no debe ser tan difícil) y supo aprovechar para maquillar macroeconómicamente nuestro país para que pareciera lo que no es, porque esa falsa prosperidad económica en primer lugar se debió a la invención de la burbuja inmobiliaria cuya inevitable explosión trajo las consecuencias por todos conocidas, la implementación de un modelo que hoy hasta sus correligionarios denostan, la dilapidación del patrimonio común de todos los españoles mediante privatizaciones nada favorables a sus intereses comunes y, sobre todo, a la implantación de medidas marcadamente antisociales en un contexto de bonanza económica, algunas de ellas posteriormente demostradas ilegales como el famoso decretazo, que el gobierno actual no ha querido poner en práctica ni aun dentro de una situación de crisis de grandes proporciones, o al menos no quiso hasta que el Presidente se levantó un día con el pie derecho y pensó en recortar las pensiones, subir la edad de jubilación, etc.
Sin que ello reste responsabilidad alguna al gobierno actual, que bien podría haber cambiado el modelo productivo de España a tiempo en lugar de dedicarse a poner velas en el altar neoliberal que don José María construyó en La Moncloa, hay que reconocer que el recuerdo de Aznar, no obstante, tiene efectos mágicos sobre el presente y es que probablemente es el único argumento capaz de obrar el milagro de mirar a Zapatero con buenos ojos.

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