Cuando leí que el grupo industrial propiedad de Silvio Berlusconi había sido condenado a pagar una multa de 750 millones de euros, pensé que era una lástima que los gestores de la cosa pública no tuvieran un carné por puntos como los conductores, porque con una multa así probablemente habrían logrado los italianos deshacerse de este funesto personaje. Me doy cuenta de que es una tontería, porque de existir semejante carné haría ya mucho tiempo que el primer ministro italiano habría perdido todos los puntos, o diría más, no habría logrado superar el examen de aptitud, pero la metáfora de los puntos como control de calidad de la acción política de los gobernantes inevitablemente conduce a preguntarse por el saldo de éstos que tendrían los nuestros, porque en cuestiones de mala salud democrática tampoco hay que irse tan lejos, el enfermo lo tenemos en casa. El panorama es desolador, a estas alturas me cuesta nombrar algún dirigente de los principales partidos cuyo saldo no esté en números rojos, en consonancia con el resto de números con los que puede relacionárseles, pero sí encuentro diferencias entre las familias, es decir, el desgaste del poder, la toma de decisiones de forma personalista, la mala gestión y la falta de respeto a la ciudadanía hacen perder puntos lenta pero inexorablemente al gobierno, como por otra parte suele suceder y sería hasta cierto punto inevitable aunque se hicieran las cosas bien, cosa que no ocurre, pero la oposición destaca por perderlos allí donde lo lógico sería ganarlos, en la labor de oposición a quien objetivamente no está haciendo las cosas bien. Y sí, el PP gana en las encuestas, pero viendo cómo está el patio la diferencia es tan exigua que a duras penas pueden ser consideradas satisfactorias ni por el más forofo y visceral de sus militantes. Y eso presuntas corrupciones aparte, cuya luz pública tampoco saben gestionar. Son muchos los ejemplos de actuaciones que deberían conllevar retirada de puntos, muchos de los cuales, como las vergonzantes declaraciones en relación al secuestro del atunero Alakrana, además de ofender profundamente a la inteligencia debieran conllevar no sólo pérdida de puntos, sino retirada directa de la licencia, pero afortunadamente para unos y otros, no existe semejante regulación de la actividad política y por ello pueden continuar con sus labores de Gobierno y Oposición pese a las constantes muestras de inepcia, temeridad e irresponsabilidad con que trufan su actividad. Cambiemos el sentido del símil e imaginemos por un momento un conductor que conduce como Zapatero gobierna o como Rajoy hace oposición y preguntémonos si es razonable que continúe circulando cada día con el peligro que supone para la seguridad de los demás conductores y viandantes su incapacidad manifiesta. Nadie lo toleraría y, sin embargo, en algo más delicado, más importante y con más influencia en la vida de los ciudadanos, no sólo no se castiga la ineptitud sino que, encuestas en mano, parece que se premia. Por inconcebible que parezca, hay que concluir una vez más que tenemos lo que merecemos.
Phillip K. Dick se preguntaba en el título de la novela que inspiró a Ridley Scott la película Blade Runner si sueñan los androides con ovejas eléctricas. Yo, más humildemente, me pregunto sencillamente si soñamos los españoles con buenos dirigentes, eficaces, honrados, brillantes, o bien nos conformamos con las medianías que padecemos que parecen considerar que gobernar es erigir constantemente monumentos a su propia mediocridad. Y me respondo que no, porque la realidad no me permite encontrar otra respuesta, pero yo, como muchas otras personas, sí que lo sueño y no pierdo la esperanza de que los sueños sean contagiosos.
Phillip K. Dick se preguntaba en el título de la novela que inspiró a Ridley Scott la película Blade Runner si sueñan los androides con ovejas eléctricas. Yo, más humildemente, me pregunto sencillamente si soñamos los españoles con buenos dirigentes, eficaces, honrados, brillantes, o bien nos conformamos con las medianías que padecemos que parecen considerar que gobernar es erigir constantemente monumentos a su propia mediocridad. Y me respondo que no, porque la realidad no me permite encontrar otra respuesta, pero yo, como muchas otras personas, sí que lo sueño y no pierdo la esperanza de que los sueños sean contagiosos.
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